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EL REY QUE ROMPIÓ EL EQUILIBRIO

  • Patricia González
  • 30 sept 2017
  • 2 Min. de lectura

Color, vida y un dulce olor que viajaba junto a la brisa invadían el antiguo reino de un viejo rey. El monarca disfrutaba, cada mañana, de un plácido y parsimonioso paseo por los jardines y campos que rodeaban su ciudad, donde habitaban tantas especies de animales que, día tras día, sorprendía al anciano con algo nunca antes visto. Gracias a todos los recursos que esta rica tierra aportaba, el reino crecía y crecía. Muchas personas, procedentes de países lejanos, acudían e él en búsqueda de prosperidad, y la ciudad pronto comenzó a expandirse.


Los años no pasan en balde, y el viejo rey abdicó en su hijo para continuar con la tarea de guiar a su pueblo. Su hijo, una vez coronado, sabía de la gran oportunidad que se escondía tras el crecimiento de su reino: riquezas y fama. Con sólo una orden suya, los apreciados jardines y campos de su padre quedaron sepultados por edificios y plazas de cemento. Muchos de los animales fueron atrapados y destinados a acabar en la carnicería, otros masacrados y extinguidos, y solo algunos pudieron escapar de las ansias de poder del nuevo monarca. Todo el reino se volvió gris y la brisa ya no llenaba las calles de la ciudad, pues las grandes casas construidas impedían la entrada del aire.


Poco a poco, la tierra comenzó a secarse, a perder su fuerza y su vida, pues los agricultores abusaron de ella y no respetaron los ciclos naturales del cultivo. Sus campos se volvieron estériles y, pronto, decidieron abandonar la ciudad; así como hicieron muchos otros al no tener recursos para sobrevivir. Así, el reino empezó a marchitarse y el joven rey, desesperado, acudió a su padre en búsqueda de consejo, y el anciano le dijo así:


—La vida, hijo mío, solo es posible si respetamos su equilibrio. Tu error estuvo en pensar que podrías conseguir prosperar sin contar con la naturaleza, pues de ella venimos y a ella iremos. Es la tierra quien nos regala fuerza y vigor, así como es la única que nos lo puede quitar. Construiste grandes edificios que nos alejaron de nuestra esencia, plazas que taparon nuestras raíces y pretendiste ser el rey de un suelo muerto que vendiste como magnánimo. Sin embargo, aunque lo hecho está hecho, nunca habrá nada que no podamos solucionar con esfuerzo. Sólo el tiempo y el trabajo duro podrán devolver a nuestro hogar lo perdido, y sólo podremos alcanzarlo olvidando las ambiciones y pensando en el futuro.


El joven rey lloró tras las palabras de su padre, reconoció su terquedad y le prometió que recuperaría la gloria perdida de la naturaleza que rodeó su ciudad. Y así, tras muchos años, nuevas vidas comenzaron a brotar en su reino. El equilibrio natural volvió a restaurarse y un nuevo monarca divisaba el horizonte de su reino recordando las palabras de su antecesor:


—Tu abuelo amaba esta tierra y yo le fallé a la hora de protegerla. Confío en ti para preservar su valor y conservar su legado. Tú eres el único que puede conseguirlo.


El color volvió, así como lo hizo la suave brisa y la fauna que vivía en esa tierra que retomó su exuberancia. Porque ese es el gran secreto de la vida, siempre encuentra la forma de sorprendernos.

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