Karma
- Fran Miranda
- 20 oct 2017
- 2 Min. de lectura
El karma, en algunas religiones de la India, es la energía derivada de los actos que condiciona cada una de las sucesivas reencarnaciones. Si nos creemos a pies juntillas esta definición, de una forma u otra, pagaremos tanto lo bueno como lo malo que se derive de nuestras acciones.
Cuando enciendo la televisión o abro el periódico no veo otra cosa que el terrible incendio que asola Galicia, Asturias y parte de Portugal, nuestro país vecino. Aunque, según las informaciones que nos llegan, el fuego está controlado, este se ha cobrado ya cerca de 35.000 hectáreas de suelo, de tierra, de naturaleza gallega. Lo peor de esta noticia no es este hecho, sino que, haciendo alusión a las redes sociales, Galicia no arde, a este pueblo lo ha quemado la acción humana de forma intencionada.
Para colmo, El Confidencial publicó una imagen cuanto menos escabrosa, en la panorámica se veía cómo una perra transportaba los restos completamente calcinados de su cría, un pequeño cachorro. Sin entrar en el clásico debate sobre el amarillismo de las fotografías que comparten los medios, que se viralizan como una enfermedad a través de las redes, al ver semejante estampa no se puede evitar sentir como el corazón se encoge un poquito más.
No solo quemaron uno de los pulmones verdes más importantes de nuestro país, sino que provocaron el sufrimiento, y en algunos casos la muerte, de los animales que fijaron allí su residencia. En definitiva, con todos nuestros actos, unos más graves que otros, nos estamos cargando el planeta, ese al que llamamos nuestro hogar, y, a pesar de que son ya bastante evidentes, no nos damos cuenta de las consecuencias que esto tendrá a ya no tan largo plazo.
En este punto recuerdo ese principio, aquel que habla de la energía que desprenden los actos y la relación de dependencia con las consecuencias. La naturaleza nos pagará, a través del karma y de manera más que merecida, el maltrato al que la estamos sometiendo día tras día. Espero que se cree conciencia social y dentro de poco no tengamos que hablar, como titula Fangoria, de una naturaleza muerta.